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Poquito





Me envuelve el vórtice de tu delicadeza
al momento en que tu insinuante lengua se agita tiernamente y a la vez,
tus labios como olas, ondean en el mar de tu rostro para así,
permitir que emerja abrupta pero suavemente la palabra Poquito.

Ni Dios sabe por qué al salir esas ondas vocales me hechizan
hasta agitarme el tiempo convirtiéndoseme en droga
que me llama a buscar más de ella,
por consiguiente, me clama a anhelar más de ti.

Pero no dejes que se detengan las palabras,
No dejes que fluyan todas ellas como atronadora corriente,
Puesto que me incitan a dejar que cohabites mis oídos,
Las cuales, me brindan esperanza de que yo habite en tu corazón.

[2a]-0010-01100001 Morir Súbitamente

Ella -
¿No ha sido el azteca el que conmueve corazones?
¿No ha sido él quien perturba mi piel con su cantar?
A quien devoro con mi pensamiento.
¿No ha sido él quien con sus ojos me ha penetrado?
Quien lleva mi mente a parajes lejanos,
y puso a mis pies pavo reales y cenzontles.
Adornóme con jade y piedras preciosas.
¿No ha sido él?
Ahora te pido que seas tú él que reclame este cuerpo,
que has conquistado con tus luceros negros,
tal como lo hicieron con tu tierra.

Él -
Me gusta más que la mujer me toque con el acorde
de algún excéntrico instrumento que,
el glande con la punta de la lengua.
Que de su boca salgan cánticos celestiales
a versos de amor.
Que desnude el lienzo de su última pintura,
a que desnude sus senos.
Que me deleite con el movimiento de sus pies,
al compás de Tchaikovsky,
a que me haga gemir con el movimiento de sus caderas.
Por que ansío más el intercambio intelectual,
que el de sus fluidos a mi boca.
De la misma manera me encantaría tenerte así.
Ya que cuando te vayas, por que lo harás,
me dejarás tu sonrisa, tus recuerdos, tus aficiones.
Me dejarás parte de tu alma, de tu mente,
Y podré recortarte tal como eres,
Sin tapujos, sin máscaras.
Sabré que es lo que verdaderamente deseas en un hombre,
así podré esculpirme a imagen y semejanza de tus anhelos.

Ella -
¿Rechazarás ahora el calor de mi vientre?
¿Rechazarás el aroma de mi perfume en tu pecho?
¿Alejas tu pensamiento de mi desnudez?
¿No te das cuenta que te estoy dando morada en mis muslos?
Si rompieras mis vestidos en este momento,
no estaría más agradecida antes, una mujer con un hombre.
¡Arrebata mi intimidad! ¡Quítala!
¡Saciate! ¡No la desprecies! Que al hacerlo,
me matas súbitamente.

Él -
No sabes cuánto desearía tocarte.
Pero ambos sabemos nuestro lugar.
No quisiera que nos confundiésemos con nuestro rol.
Cada noche pienso, después de verte, que me basta,
que con verte sonreír es suficiente para mi alma.
Te busco entre la multitud.
Mi corazón se se debilita con tu ausencia.
Mis ojos lloran si no te encuentran.
Mi bandolón deja de serlo,
y se convierte en un simple bloque de madera.
Ya que su voz fue hecha especialmente para ti.
¡Cuánto quiero decirte vete!
Así no sufriríamos nunca los dos.
Déjame seguir tocando entre los charros mí bandolón.
Déjame seguir cantando música de Jimenez.
Pero veme, escúchame, ya que si no lo haces,
me matas súbitamente.

[2] - 0010 El Mariachi

En un bar de Chicago, se encontraba un mexicano.
Vestía pantalón vaquero y a la cadera, cinto piteado.
Botas de víbora, un paliacate rojo al cuello ajustado,
Cabello negro largo, con un tequila en la mano.

Tenía ojos negros, que dejaban al descubierto su alma.
El color de su piel se asemejaba al de la tierra,
Evidenciando sus raíces, de origen nahua.
Tocaba música ranchera, su bandolón denotaba calma.

Cantaba sin cesar, música de José Alfredo,
Todos le miraban y disfrutaban su canto,
Desaparecía súbito cualquier clase de miedo,
Y de felicidad a todos les provocaba llanto.

Entre todos había alguien al que le parecía hermoso,
La estructura de su cuerpo, el color de su piel,
Más que bello o atractivo, le parecía armonioso.
Su cantar, su forma de mirar, le parecía miel.

Era una fémina que se entusiasmaba
Con tan sólo la idea de tener una vez,
A ese azteca que en ese bar cantaba,
Todas las noches en punto de las diez.

Se imaginaba la excentricidad de su piel desnuda,
Sus manos tocándola por doquier,
Sentir la selva entre sus piernas y quedar muda,
O estar gimiendo hasta el amanecer.

Él sentía la mirada de aquella divina mujer,
la cual le ocasionaba cierto letargo,
El pensar que en sus brazos podría caer,
Lo hacía sudar por un momento largo.

Llegó el final de la actuación esa noche,
Eran ya, alrededor de la una de la mañana.
El músico casi llegaba a abrir su coche
Cuando a él se allegó la trémula americana.

[1]-0001 - Inter cuore


La luz del sol estaba sentada en una pequeña silla.
Frente a ella, se encontraba una pequeña niña.
Ambas platicaban sobre sus pesares,
Ambas, reían implacables de sus maldades.

El viento era otro fiel acompañante,
En gran manera es todo un caballero.
Irónicamente siempre es invariante,
Y a las citas, siempre era el primero.

En medio de ellos permanecía inerte una mesa,
Sin hablar, inmutada, era cálida, fría y tiesa.
Testigo de las indiscreciones de la chiquilla.
Bien sabía que ella era toda una pilla.

La mesa fue usada para charlar.
Para realizar inimaginables creaciones,
Así también, para de tristeza llorar,
Para llenar hojas blancas de colores.

Era una niña normal, con ojos, nariz y boca,
Pero su mente no le favorecía,
Pues era fiel, fuerte, y sólida como roca,
Y a las agresiones resistía.

Al igual que diabla, era toda dulzura.
Realizaba actos piadosos con premura.
Como cuando a Roberto el oso, los ojos le saltaron.
Sin pensarlo, ella luchó contra el mundo para curarlo.

Los demás al salir, la miraban con desprecio,
Pues siempre en su rostro, una risa portaba,
Jugaba, saltaba, tenía un espíritu necio,
Su cerebro circuitos y transistores llevaba.

Era la primera versión de su modelo.
Bonita la chamaquita, con rizos rubios y caireles.
Hermosos ojos azules como el cielo,
Mejillas rojas, suaves como pétalos de claveles.

Era la suplente de una niña normal.
Aún así, aquellos niños normales, groseramente la rechazaban.
Ella no comprendía, pues se veía igual.
Y aunque fuera como roca, de sus ojos lágrimas brotaban.

Sus padres, hijos biológicos no podían tener.
Pues problemas había en la genética.
Adoptivos no querían, no deseaban verlo perecer.
Así que mejor optaron por una robótica.

Su corazón palpitaba, sonaba como tambor,
Tenía ojos similares a los de su padre,
Una sonrisa preciosa, idéntica a la madre,
Si se pinchaba, también sentía dolor.

Entonces, ¿Por qué había padres que le temían?
¡Sudaba, lloraba, pensaba, se angustiaba, añoraba!
No había nadie quien la amara cuando sonreía
Por lo tanto, tan sólo con la luz del sol jugaba.